8.9.06

Tibio aire de libertad

El frío calaba demasiado hondo y el tedio se apoderaba de todo su ser. Nada que hacer, todo en que pensar.
Seis años de esa vida y aún restaban muchos más; sabía muy bien que no podría soportarlos sin caer en la locura, el abandono o en la resignación, que era lo peor.
En la gélida soledad de su celda sólo una idea lo mantenía en pié; dentro de este mundo, aferrado a una esperanza. Escapar.

Desde el día que llegó a ese lugar (sin importar porqué), comenzó a pensar como hacer para salir, como hacer para recuperar su vida o, por lo menos, un poco de ella.
A veces parecía flaquear, los pensamientos negativos se apoderaban de su mente y pretendía abandonar todo. No veía posibilidad de éxito aunque sabía que lo necesitaba, quería hacerlo pero le parecía imposible. Una negra sombra opacaba entonces sus días y se entregaba al peor enemigo que tiene aquel que necesita recuperar algo perdido, se entegaba a sus propios pensamientos.

En otros momentos su esperanza era más fuerte que nunca, la posibilidad de triunfo se sentía cercana, palpable, como si pudiera con la punta de sus dedos ya sentir el tibio aire de la libertad recuperada. Eran momentos de euforia, una euforia descontrolada y perjudicial; quizá la misma que fue la culpable de llevarlo a ese lugar. El imaginar el triunfo cercano y fácil ya había sido su mayor error, su camino al fracaso.
Dos años más le llevó ultimar los planes, igualmente el tiempo no era ningún problema, lo único difícil era controlar las ansias de una solución fácil y rápida. El día elegido llegó; había estudiado todos los movimientos, conocía horas, lugares y todo cuanto pudiera ser necesario. Muchas veces pensó que sería más fácil con la ayuda de alguien más, pero no, esta vez debía hacerlo sólo, si tanto ansiaba la libertad la buscaría por sus propios medios o moriría en el intento.

Cuando fueron las seis de la tarde atacó al único guardia que había en ese momento, la fuerza de su potente brazo venció rápidamente la débil resistencia opuesta por un carcelero más interesado en su seguridad que en retener a su encarcelado. Tomó el arma del guardia y su uniforme ante la atónita mirada de sus compañeros de encierro, que acompañaron los hechos con un sepulcral silencio como nunca se había sentido allí, una mirada atónita de asombro y admiración ante aquel sereno hombre que luego de muchos años, aquel día, había decidido recuperar su vida.
Avanzó por el largo pasillo caminando velozmente, con la seguridad de quien todo lo sabe, quizá por eso no levantó sospechas en los guardias que, a lo lejos y desde otros pasillos igual de interminables lo vieron.
Con el corazón palpitando a una velocidad que le permitía escuchar sus propios latidos, pero con la convicción de quien juega su última carta avanzó hacia la salida. Una tras otra las puertas se fueron abriendo o sus guardias fueron derrivados por su potente puño, espada blandida en busca de su vida perdida; vida en la que había sido muy feliz.

Llegó a la puerta, sus ojos brillaron, sus manos se cerraron con más fuerza, como tomando las riendas de briosos corceles que lo llevaban hacia su sueño. Pudo sentir, esta vez en serio, el tibio aire de la libertad en la punta de sus dedos.
El tibio aire de la libertad que inundó su cara contrastaba con la gélida soledad de la celda.
El tibio aire de la libertad, meta alcanzada al fin, contrastaba también con el frío metal de la bala que atravezó su cuerpo en ese mismo instante.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola amigo!!! Ya estoy aquí de nuevo en tu rinconcito.Me ha parecido un gran relato y a la vez triste por su trágico y lamentable final.

Besotes lejanos.

Noelia dijo...

Justo en ese momento, quizas fue màs libre que en cualquier otro momento, nadie puede esclavizar a una persona que ya no està...