31.8.06

Bailarina

Verte bailar flotando en puntilla temblando de pasión en mi silla. Sentí que eras mi mar y mi orilla mi sal, mi sangre y mi pan. Alfredo Zitarrosa


De pié, quieta, muy quieta y callada, nerviosa, repasa por última vez en su memoria la rutina que es la misma de tantas noches. Cada vez es como si fuese la primera.
La fuerte luz azul le anuncia el momento de salir.
Allí está nuevamente, apareciendo por la fina herida abierta en el viejo telón italiano, allí está ella, la bailarina, como naciendo cada noche ante nuevos ojos y nuevos corazones.

¿Porqué esta noche no podría ser distinta?

Hermosa como una flor, como una mariposa en pleno vuelo, como una estrella en secreta cita de amor celestial, bella; con duda y discreción, con dulces movimientos, con ternura y provocación.Como flotando en el aire, en puntas de pié, frente altiva, gracia plena, sonrisa dibujada, ojos tristes.
Él se encontraba sentado en la primera fila, temblando de pasión, como contemplando el inmenso mar desde la orilla. Nunca había sentido algo así, tan rápido, tan fuerte, tan difícil de explicar. Ella lo sintió, podía verlo.

Quizá esta noche sería distinta.

El tren partió unas horas después con rumbo al no tan lejano poblado donde él vivía. Sentado, con las manos apretadas, luces apagadas, pensando solamente en ella, sólo en esa bailarina que había inundado sus ojos y su pensamiento de belleza y que, en este momento, se encontraba dormida a su lado.Llegaron cerca del amanecer, casi no hubo palabras; ella bailó sólo para él en el viejo patio empedrado bajo la sombra tibia del enorme laurel.
No fue un día cualquiera, no fue un amor cualquiera.Sólo él y su bailarina, besos como alaridos, pies alados, cadenas y candados en el corazón, piel suave pero fría como papel sellado.
Como una confitura de extraño dulzor lejano, que pronto se vuelve amargo. Se entregó a él, se entregó toda, como si entregase también su corazón. La piel tersa y helada, el pecado, el hambre, todo. Como un inmenso vuelo, como un eterno baile que sólo duró un día.

Gracias, pensó él, gracias por lo vivido, por lo soñado, por lo sentido.

Gracias por olvidarme también no bien cruzaste el andén.

Inspirado en Baila la Maga de Alfredo Zitarrosa

28.8.06

A vos

Recuerdo en este momento que, al principio de todo, era habitual entre nosotros escribirnos cartas a las que nos obligaba la lejanía. Cuando viniste a vivir a esta ciudad perdimos lamentablemente esa costumbre y, hoy, cuando hace casi un año y medio que te fuiste, vuelvo a hacerlo.

Mil recuerdos habitan mi memoria y sólo una gran pena mi corazón. La última noche juntos, la pelea de la mañana siguiente, tu partida de esa tarde, la llamada en la madrugada que nunca hubiese querido atender.

No puedo dejar de pensar que te fuiste enojada, no puedo olvidar que habíamos planeado ir juntos ese día. Si hubiese estado ahí quizá podía haberlo evitado, o tal vez yo habría corrido tu suerte y vos escribirías esta carta.
Pensaba que volverías la semana siguiente y había planeado muchas cosas. Me imaginaba que lo nuestro sería, luego de tu regreso, mejor que nunca. Cuantas cosas compartidas, cuantos proyectos e ideas en común!

Todo, absolutamente todo se derrumbó en un instante. La llamada en la madrugada, la desesperación, la impotencia, la bronca.
El llanto contenido que explotó al llegar.

No quise verte muerta. Egoistamente preferí recordar tus hermosos ojos verdes, tu gran sonrisa y tu voz hablándome al oído o cantando una canción. Prefiero recordarte corriendo, saltando, bailando, besando. Prefiero recordarte alegre, triste, enojada, contenta. Quiero recordarte enamorada.

Y aunque así te recuerdo no puedo olvidar que te arrancaron de mi, que te arrancaron injustamente de un mundo que estábamos descubriendo juntos.
Quisiera poder creer que estás en algún lugar y desde allí me ves, si es así seguramente estarás decepcionada; perdón pero sabes que sin vos se me hace imposible.

Mañana, nuestra historia cumpliría cuatro años, la semana siguiente recordaré que hace un año y medio te fuiste y yo sigo aquí... cuando en realidad sólo quiero estar con vos.

25.8.06

El toque

La gris tarde caía sobre la ciudad, preanunciando la fría noche y el sonido del viejo tango decía su nombre. No quería volver a escucharlo pero sin embargo siempre lo hacía.

Esta vez no fue igual.

Al terminar los sones sintió un debil toque en su puerta. No supo si abrir, no esperaba a nadie. Sólo a una persona que no podía ser aquella que tocaba.

De todas formas abrió la puerta. Era ella.

Un tremendo sobresalto fue acompañado de un fuerte dolor en su pecho. No pudo creerlo, había sucedido otra vez...
Soñó estar despierto y necesitó despertarse para darse cuenta que no. Aún estaba dormido.

24.8.06

Encuentro

No había ya nada más que hacer aquella noche. Luego de comer algo se sentó, solo en su departamento, a ver algo en la televisión. No aguantó mucho tiempo, mejor sería salir a caminar un rato, el fresco aire de la noche muchas veces aclaraba su pensamiento. Luego de unos minutos de caminar entró en el bar de siempre, se sentó frente el mostrador y pidió un whisky doble. No pasó mucho tiempo cuando vio entrar a una mujer que, solitaria, se sentó a su lado.

-Un whisky por favor.- Dijo ella. El ni siquiera la miró.

Siempre sucedía lo mismo, cuando una mujer se sentaba a su lado era como si no pudiese empezar nunca una conversación, no era su estilo. Siempre esperaba una mirada, una palabra, algo por simple que fuera para recien poder comenzar a hablarle. Quizá era porque conocía demasiado bien la forma de ser de las personas que se sientan, solos, en un bar a las tres de la mañana. Al fin y al cabo él era una de esas personas.

-¿Tenés fuego?- Mágicas y esperadas palabras, ahora podría intentar hablar con ella.

-Sí, como no.- Respondió

Luego de que ella encendió su cigarrillo él la miró sutilmente a los ojos y sus labios esbozaron una tenue sonrisa, que fue igualmente correspondida por ella. Era el momento de intentarlo, si iba a hablar con ella esa noche éste era el momento exacto para intentarlo.

-Otro whisky por favor. Y uno para la señorita.- Pidió a quien atendía. Ella no dijo nada más que gracias.

Luego de unos minutos en silencio, quizá tratando de adivinar formas caprichosas en el hielo para no pensar tanto en como podría iniciar la conversación, vió que ella movió levemente su banqueta hacia donde él se encontraba y, mirándolo, le dijo.

-¿Porqué los hombres se sienten obligados a invitarle algo a una mujer cuando la ven sola?-

No lo tomó como un ataque, sino como una inteligente forma de ella de conocer con que clase de persona se había topado. Una buena respuesta era el mejor comienzo. Por suerte nunca le costó esbozar argumentos inventados al instante; es más, despues cuando los analizaba, muchas veces, por no decir casi siempre, veía que tenía razón. Por lo general el pensamiento espontáneo y rápido es el más honesto.

-Lo hice porque estoy aquí sólo y no quiero que alguien mas esté así también. Si no te parece bien, igual fue un gusto conocerte.-

Ella lo miró, bebió, apagó su cigarrillo en el cenicero y, golpeando despacio con su dedo índice sobre la mesa, le dijo.

-Gracias por la invitación, la verdad es que una siempre espera que suceda. Lo que pasa es que a veces te encontrás con gente que no es de lo mejor.-

Mil palabras giraron en torno a su cabeza, si quería seguir hablando con ella debía decir algo inteligente, coherente o, cuanto menos, interesante. Pensó que quizá había tenido la buena suerte de encontrarse con esas personas que le dan valor a cada palabra que dicen y que escuchan. En definitiva, una persona como él. Primero le pareció que lo mejor era cambiar el tema y no dejar que ella siga hablando de que a veces se conoce gente no muy buena, pero no lo hizo, prefirió decir algo bueno de él, indirectamente.

-Es lo malo de la soledad, se te termina acercando gente que no vale la pena.-

Ella asintió con la cabeza, pero antes de que comenzara a hablar, él la interrumpió y continuó.

-Pero eso es tambien lo bueno de la soledad, siempre está la puerta abierta a que llegue alguien interesante. Puede durar una hora, una noche o o puede ser alguien que termine con tu soledad. ¿Quien sabe?-

Sólo lo miró. Volvió a sonreir y, acercándose, le dijo al oído.

-Pedí otros dos, la noche va a ser larga.-

La risa los invadió. A veces, furtivamente, se miraban a los ojos, tratando de ver que había más alla de ellos, como buscando ver el interior del otro. Ambos encendieron un cigarrillo y comenzaron a hablar de las tonteras obligadas, su nombre, la edad, que hacía cada uno. Aunque en el fondo, cuando una persona interesa a primera vista, esas cosas son las que menos importan, es más, hasta quitan un poco de magia.
Los whiskys bajaban y los cigarrillos se consumían pero, por sobre todas las cosas, algo no pasaba inadvertido entre los dos. Casi inconcientemente, pero de una forma casi mágica, necesaria, las banquetas estaban cada vez más cerca.
La música parecía no sonar, las voces de todos los demás se silenciaban al llegar a sus oídos, sus manos se tomaron de a poco. Ya no sabían ni de que hablaban, pero cada vez estaban mas cerca; la respiración se entrecortaba, nada parecía importar en su mundo, que en este preciso instante era un mundo sólo de dos. Las manos se tomaron con más fuerza antes de soltarse y pasar a la espalda, de repente dejaron de hablar. Sus labios se tocaron en un tierno y largo beso y sus ojos volvieron a cruzarse ya sin miradas furtivas.

El whisky siguió bajando y los cigarrillos consumiéndose. Pasaron toda la noche hablando y besándose; pensando que la soledad podía llegar a terminar, quizá habían encontrado alguien que valía la pena, alguien con quien hablar.La gente despobló el bar y el sol se asomó preanunciando la hora de la despedida.

-Me gustaría mucho que esto pudiera repetirse todos los días.- Dijo ella.

-Así va a ser, nos vemos mañana aquí mismo.- Dijo él antes de despedirla con un beso y marcharse sin ver la pequeña lágrima que por su mejilla caía.

La noche siguiente ella nunca llegó.

Se había marchado por la tarde.

23.8.06

La Soledad

La soledad invadía sus días y él, en lugar de evitarla, parecía que la buscaba aún más. Sentado, solo en ese banco, en esa plaza extraña y fría. Cuando hace frío en un lugar extraño uno se siente aún más solo.

Por un instante pensó en llamar a la mujer con la que estuvo hace unas noches, sabía que ella lo esperaba. Pero no, para que contribuir a que ella se formara una ilusión que nunca llegaría a ser verdad; conocía muy bien la soledad de las esperas infructuosas y no estaba dispuesto a contribuir a que otra persona la sienta. En el fondo era bueno.

¿Que haría ahora? No podía seguir mucho tiempo más en ese lugar; la noche, con sus fantasmas de soledad, se apresuraba en llegar.

Impiadosa, irreverente noche.

Quizá haría lo de siempre, ir al mismo bar de todas las noches a beber y escuchar viejas canciones nostálgicas; sólo en ese bar se servía tal cóctel. El efecto inmediato era aumentar la sensación de soledad y hacerla aún más dolorosa. Es que allí, donde más acompañado y rodeado de gente estaba, era donde más solo se sentía. Después a su casa, a dormir, a intentar dormir.

Al acostarse sólo pensaba en ella. A veces imaginaba que estaba a su lado como tantas noches pasadas. Al dormirse, casi siempre la veía en sueños, soñaba que la tenía en sus brazos y, en ese momento, sólo en ese, su soledad no era tan profunda.

Mi nuevo blog

Aquí está mi nuevo blog. El anterior "Blog de Noche" seguirá abierto como siempre, pero como escribir solamente sobre el bar me estaba haciendo sentir limitado abro éste en el que postearé escritos antiguos y nuevos, sin ningún tema en particular, sin ataduras, espero que tenga el mismo éxito que el anterior.